Tlaskamati

jueves, 19 de marzo de 2009

Te enterramos ayer./ Ayer te enterramos./...Jaime Sabines



Angélica Abelleyra, Mónica Mateos y Angel Vargas

"Porque están solos, solos, solos".


La capilla colmada de flores, no así de presencias. El poeta vivió sus últimas 24 horas de muerte ante la indiferencia del mundo que con su poesía había anticipado. ¿Dónde estuvo el público que colmó el Palacio de Bellas Artes en 96 o los estudiantes que lo vitorearon en la sala Nezahualcóyotl en 97, aquellos que al pie de la letra recitaban su obra? ¿Y los hombres de la cultura?

Apostados en una improvisada aduana, tres guardias del Estado Mayor Presidencial custodiaron el acceso donde se veló al poeta. Familiares, amigos y políticos cruzaron esa frontera, vetada para los periodistas. Al menos en este trance, Sabines figuró más como distinguido priísta, llamado así por Mariano Palacios Alcocer la noche del viernes, que como el poeta de las multitudes. A cuentagotas, sus lectores se presentaron. Fueron los menos.

Carlos Monsiváis, aunque extrañado por esa cierta apatía, reivindicó al público que agotó las ediciones disponibles de los recuentos de poemas de Sabines en la Feria Internacional del Libro, en el Palacio de Minería.

Previo a que los restos de Sabines salieran de la agencia funeraria para ser inhumados, ayer sábado se le ofició una misa de cuerpo presente. En el transcurso del día acompañaron el duelo los poetas Eduardo Lizalde, Alí Chumacero, Aura María Vidales, Elva Macías, Dionicio Morales y Ricardo Yáñez; el arquitecto Abraham Zabludovsky, el escritor Eraclio Zepeda, la antropóloga Martha Turok, el director Enrique Bátiz, la actriz Edith González, y la plana política del país encabezada por el secretario de Gobernación, Francisco Labastida Ochoa, así como el ex secretario de Comunicaciones y Transportes Emilio Gamboa Patrón.

Cinco minutos antes de las tres de la tarde, el féretro caoba ocupó su sitio en la carroza fúnebre, un Cadillac negro. El cielo se nubló. El cortejo salió de la agencia hacia el panteón Jardín.

"La procesión del entierro en las calles de la ciudad es ominosamente patética. Detrás del carro que lleva el cadáver, va el autobús, o los autobuses negros, con los dolientes, familiares y amigos. Las dos o tras personas llorosas, a quienes de verdad les duele, son ultrajadas por los cláxones vecinos, por los gritos de los voceadores, por las risas de los transeúntes, por la terrible indiferencia del mundo. La carroza avanza, se detiene, acelera de nuevo, y uno piensa que hasta los muertos tienen que respetar las señales de tránsito. Es un entierro urbano, decente y expedito".

Los 22 autos se enfilaron por la avenida Félix Cuevas para entroncar con Revolución. El tráfico sabatino rompió el orden y dispersó los carros. Así fue hasta llegar al cementerio. La lluvia ya no era un aviso. Con aplausos, Jaime Sabines fue recibido por la poca gente que lo aguardaba junto a su tumba.

"¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos! ¡de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la faz de la tierra! Es tratarlos alevosamente, es negarles la posibilidad de revivir. Yo siempre estoy esperando que los muertos se levanten, que rompan el ataúd y digan alegremente: ¿por qué lloras?".

Menos de cien personas miraron cómo descendió lentamente el féretro bajo una pertinaz lluvia. Conteniendo los sollozos o cualquier manifestación de afecto, guardaron silencio. Julio Sabines y su esposa se apartaron de la escena para llorar abiertamente, mientras doña Chepita, la viuda del escritor, evitaba las lágrimas sin dejar de mirar la tierra que poco a poco fue cubriendo la fosa.

"Por eso me sobrecoge el entierro. Aseguran las tapas de la caja, la introducen, le ponen lajas encima, y luego tierra, tras, tras, tras, paletada tras paletada, terrones, polvo, piedras, apisonando, amacizando, ahí te quedas, de aquí ya no sales".

Cemento y tabiques sellaron la morada perpetua del poeta, en el mismo lugar donde yacen los restos del mayor Sabines y doña Luz Gutiérrez: "Sobre tu tumba,/ madre, padre,/ todo está quieto./ Mapá, te digo,/ revancha de los huesos,/ oscuro florecimiento,/ encima de ti, ahora,/ todo está quieto".

El silencio fue roto. Primero estalló el sonido lejano de algunos cohetes; luego un anciano despidió al autor de Horal con un hasta siempre y gritos de viva. El sepulcro ya estaba cubierto completamente por la tierra, y los presentes... empapados. Los sepultureros acomodaron las coronas, 22 en total, y decenas de arreglos florales.

"Me dan risa luego las coronas, las flores, el llanto, los besos derramados. Es una burla: ¿para qué lo enterraron?, ¿por qué no lo dejaron fuera hasta secarse, hasta que nos hablaran los huesos de su muerte? ¿O por qué no quemarlo, o darlo a los animales, o tirarlo a un río?".

Para doña Chepita había sido bastante, no pudo reservarse más el llanto. Sus hijas tampoco. Un amigo de la familia, Walter Corona, comenzó a tocar un blues en su vieja guitarra. Sólo notas musicales, la voz habría de intervenir más tarde en la persona de Efraín Bartolomé.

El vate chiapaneco se apostó a un flanco de donde reposan los restos de Sabines, y luego de recordar las palabras de Rubén Darío y Efraín Huerta, citó a manera de homenaje una de las primeras creaciones de su coterráneo: "Lento, amargo animal/ que soy, que he sido,/ amargo desde el nudo de polvo y agua y viento/ que en la primera generación del hombre pedía a Dios./ Amargo como esos minerales amargos/ que en las noches de exacta soledad/ ­maldita y arruinada soledad/ sin uno mismo­/ trepan a la garganta/ y, costras de silencio,/ asfixian, matan, resucitan./ Amargo como esa voz amarga/ prenatal, presubstancial, que dijo/ nuestra palabra, que anduvo nuestro camino,/que murió nuestra muerte,/ y que en todo momento descubrimos./ Amargo desde dentro/ desde lo que no soy/ ­mi piel como mi lengua­/ desde el primer viviente,/ anuncio y profecía./ Lento desde hace siglos,/ remoto ­nada hay detrás­,/ lejano, lejos, desconocido./ Lento, amargo animal/ que soy, que he sido".

Bartolomé concluyó: Es la ciudad de México, es el 20 de marzo de 1999. Faltaban cuatro o cinco días para el cumpleaños del poeta. Con excepción del dolor, aquí no hay nada más que declarar.

Había llegado el momento de retirarse. Los deudos del hacedor de Tarumba se encaminaron lentamente hacia sus autos.

"Enterramos tu traje/ tus zapatos, el cáncer;/ no podrás morir./ Tu silencio enterramos./ Tu cuerpo con candados./ Tus canas finas,/ tu dolor clausurado./ No podrás morir".

Antes de marcharse del panteón, doña Chepita y sus hijos recibieron nuevamente las condolencias de Rafael Tovar y de Gerardo Estrada, titulares del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y del Instituto Nacional de Bellas Artes, respectivamente.

En representación del presidente Zedillo, Tovar acudió con la intención de volver un acto oficial lo que la familia deseaba como algo sencillo e íntimo. El funcionario accedió y sólo al final fue abordado por la prensa para informar que la institución a su cargo lanzará una antología poética de Sabines, que se distribuirá en las bibliotecas públicas del país y que estará dirigida a los jóvenes.

A las 16:20 horas el poeta se quedó solo.

"Te enterramos ayer./ Ayer te enterramos./ Te echamos tierra ayer./ Quedaste en la tierra ayer./ Estás rodeado de tierra/ desde ayer./ Arriba y abajo y a los lados/ por tus pies y por tu cabeza/ está la tierra desde ayer./ Te metimos en la tierra,/ te tapamos con tierra ayer./ Perteneces a la tierra/ desde ayer./ Ayer te enterramos/ en la tierra, ayer".


(Las citas entrecomilladas pertenecen a diversos momentos de la obra de Jaime Sabines, incluída en Nuevo recuento de poemas, editorial Joaquín Mortiz).

No hay comentarios: