Tlaskamati

viernes, 17 de abril de 2009

Una vida de Perro!


EL PINTO (Fragmentos)

Era un perro de pueblo, enteramente flaco, de orejas derechas, y agudas, ojo vivaz, hocico puntiagudo, grandes pelos lacios y cerdosos, patas delgadas y cola pendiente; era de esa clase de perros de raza indígena, que tienen semejanza con los lobos; de un color amarillo sucio, manchado de negro, lo que le había valido su nombra de Pinto. Su historia puede encerrarse en estos capítulos: el hogar, el cuartel, la calle, la vagancia.
Creció, y comía entonces las sobras que daba a su ama una familia de la vivienda principal. Su vida era sedentaria; se reducía a-vegetar y no salía del zaguán de la casa, porque sentía temor invencible por los transeúntes, los coches y los perros más grandes que él. Cuando el ama salía, lo dejaba encerrado, y más de una vez se oyeron tras la puerta aullidos lastimeros a los que respondían frases coléricas de los vecinos nerviosos
Vivían arriba dos niños que al irse al colegio le arrojaban un pedazo de pan, y al volver le hacían un cariño diciéndole con voz muy dulce: Pintito, toma. Y tronándole los dedos lo llamaban en dirección de la escalera. Los hubiera seguido, pero le inspiraba serios temores aquella ascensión peligrosa, y, sobre todo, la opinión de su ama. Un día se decidió a subir; los Angulo lo colmaron de cariños, lo hicieron corretear por el corredor, enseñándole y escondiéndole un pañuelo que desgarraba a mordiscos y les hacía exclamar con infinito placer: sabe jugar al toro! Ya eran amigos. Ya el pobre Pinto seguía a la criada hasta el colegio, y con disimulo señalaba su huella en todas las esquinas para reconocer el camino. Aparecían los Angulito y corría con esa vivacidad infantil propia de una gran emoción.
Una ocasión los niños no lo llamaron como otras veces y él subió. La criada lo esperaba tras la puerta y lo llamaba. Cosa rara! con voz dulce. Acudió, y entonces lo suspendió por el aire tomándolo por el pescuezo; lo llevó a un rincón del corredor, le restregó el hocico contra un ladrillo sucio y le pegó de escobazos. En vano aulló, en vano decía con los ojos, ¡yo no he sido! La fuerte mocetona le pegó duro, y los niños lo veían con inmensa compasión tras los vidrios.
iPobre Pinto! Su ama lo abandonó. Días enteros se pasó en las calles oliendo todos los rincones y en busca de ella. Aulló a la puerta de la antigua portería hasta que una vecina se compadeció de él; era una mujer que tenía amores con un albañil. Hacían tres viajes diarios hasta la Alameda para que comiera en una banca el señor aquel lleno de cal. Gravemente sentado esperaba que le echara su piltrafa de carne; como perro bien educado, ni parpadeaba.
Después, el amor de su nueva ama pasó a un soldado, y supo lo que era la vida de cuartel. Comió el vil rancho tuvo amistad con gentes malignas, pero sucedió lo que tenía que suceder: el regimiento salió y de nuevo lo abandonaron…
¿Qué comer? Si se detenía a la puerta de una fonda, le aventaban unas tenazas; si iba a una carnicería, lo patean; si encontraba un hueso, se lo arrancaba otro can famélico más fuerte que él. En aquellos días se apiadó de él un viejo de barba blanca y sucia pantalones rotos y zapatos llenos de agujeros; era un mendigo que se fingía ciego.
Estaba predestinado para el martirio. Su amo, el falso ciego, robó una vez y lo condujeron a la inspección. iTerrible noche al aire libre! La pasó en la puerta de la comisaría y nunca olvidó la escena del día siguiente: el rostro demacrado del amo.

Que acompañado por muchos pillos, con un jarrita colgado a la espalda, entre dos hileras de gendarmes fue conducido a Belén. Quiso entrar, pero no tuvo ni una mirada de despedida de su amo, y si un culatazo de un centinela. ¿Qué hacer? Caminar acaso. Anduvo calles y más calles, fatigado, sudoroso, sediento, y lo recibían en los barrios con ladridos de amenaza.

Una mañana lo llamó un señor y le arrojó un pedazo de carne. iAI fin! Sí, sí; había indudablemente un espíritu protector de los hambrientos; sintió una embriaguez de placer al aspirar el aroma tibio de aquella pulpa, iY era fresca! Y la comió con glotonería. . . Un fuego devorador circulaba por sus venas; parecía que desgarraba sus entrañas sus miembros se estremecían en dolorosas convulsiones; se tambaleaba como un ebrio, y, por fin, se desplomó. iLo habían envenenado!
Los niños Angulo pasaron y se detuvieron; sus ojos infantiles lo vieron con gran tristeza y les oyó murmurar: Pobrecito; y se parece al Pinto. Era el Pinto. ¡Qué flaco estaría para ser inconocible! iDespués de un último sacudimiento quedó inmóvil!
El carro de la limpia fue su ataúd y el muladar su cementerio. Allí sobre montones de ceniza, cascarones de huevo, zapatos rotos, harapos y momias de gato, fue arrojado junto a un casco de botella; quizá lo hubieran devorado los mismos que lo acompañaron a su última morada, si no hubiera habido otro entierro, el de un caballo que llegó en un carretón con una bandera blanca y escoltado por canes hambrientos que hicieron de sus despojos una atroz carnicería.

Angel de Campo
Discípulo del maestro Altamirano, plasmó en sus obras –el mundo que lo rodeaba. Hasta hacer del cuento y la no revela un verdadero trabajo artístico. Fue un costumbrista notable. La vida popular le ofreció todos sus secretos y fue por ello que su pluma lo retrató. Con magistral fidelidad, personajes, calles y barrios. “Micrós" fue el seudónimo con que firmó sus obras. Una ternura incomparable palpita en toda su producción literaria. Hay quien afirma que México no ha tenido un intérprete mejor que "Micrós" cuando habla del dolor de los pobres, de los niños enfermos, de las mujeres abandonadas y hasta de los perros hambrientos. Sus descripciones han sido coleccionadas en estos títulos: Ocios y apuntes ', Cosas vistas, Cartones y Pueblo y Canto. Escribió dos novelas: La Rumba y La sombra de Medrano.
Su vida fue breve: nació en julio de 1868 y murió en febrero de 1908.

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