Tlaskamati

lunes, 22 de marzo de 2010

Silueta de Sor Juana Inés de la Cruz (Fragmento)




Nace entre los volcanes

Nació en Nepantla; le recortaban el paisaje familiar los dos volcanes; le vertían su mañana y le prolongaban la "última tarde". Pero es el Iztaccíhuatl de depurados perfiles, el que influye en su índole, no el Popocatépetl, basto hasta su ápice.

Dice Nervo que la atmósfera de ese pueblo es extraordinariamente clara. Bebía ella el aire fino de las tierras altas, que hace la sangre menos densa y la mirada más nítida, y que vuelve la respiración una leve embriaguez. Es el aire delgado, maravilloso como la delgada agua de nieves.

"Era llena de gracia"

Esta luz de meseta le hizo aquellos sus grandes ojos rasgados para recoger el ancho horizonte. Y para ir en la atmósfera sutil, le fue dada esa esbeltez suya, que al caminar era como la reverberación fina de la luz, solamente.

No tiene su pueblo la vaguedad de las nieblas vagabundas; asimismo, no hay vaguedad de ensueño en las pupilas de sus retratos. Ni eso ni la anegadura de la emoción. Son ojos que han visto, en la claridad de su meseta, .destacarse las criaturas y las cosas con contornos netos. El pensamiento, detrás de esos ojos, tendrá también una línea demasiado acusada.

Muy delicada la nariz y sin sensualidad. La boca ni triste ni dichosa; segura; la emoción no la turba en las comisuras ni en el centro. Blanco, agudo y perfecto el óvalo del rostro como la almendra-desnuda: sobre su palidez debió ser muy rico el negro de los ojos y el de los cabellos.

El cuello delgado, parecido al largo jazmín, por él no subía una sangre espesa; la respiración se sentía muy delicada a su través. Los hombros, finos también, y la mano sencillamente milagrosa. Podría haber quedado de ello sólo eso, y conoceríamos el cuerpo y el alma de la mano, gongorina como el verso... Es muy bella caída sobre la oscura mesa de caoba. Los mamotretos sabios en que estudiaba, acostumbrados a tener sobre sí la diestra amarilla y rugosa de los viejos eruditos, debían sorprenderse con la frescura de agua de esta mano...

Debió ser un gozo verla caminar. Era alta, hasta parece que demasiado, y se recuerda el verso de Marquina: ..:”la luz descansa largamente en ella".

El ademán de apartamiento

¿Por qué entró al claustro? Según dicen unos, por cierto desengaño de amor; según otros, por resguardar su juventud maravillosa. Tal vez no fue éste sino un gesto como el de quien desecha una masa viscosa,' el mundo, por denso y brutal, y pone sus pies sobre esa piedra blanca y pura de un convento. No le alcanzarán así los brazos con apetito de la multitud, de la plebeya ni de la cortesana. Por exceso de sensibilidad se apartó. Su actitud aparece más estética que mística.

Esto último, una mística, no es Sor Juana. Todo su pensamiento está traspasado de cristianismo, pero en el sentido rigurosamente moral. El místico es, casi siempre, mitad ardor y mitad confusión; es el hombre que entra como una nube ardiente que lo lleva arrebatado. Ella no ha viajado nunca por el país que algunos llaman de la locura... El místico cree que es la intuición la única ventana abierta sobre la verdad, y baja los párpados, desdeñoso de analizar, porque el mundo de las formas es el de la apariencia. Para Sor Juana, hambrienta del conocimiento intelectual, es bueno que los ojos ciñan bien el contorno de las cosas.

Sor Juana, monja verdadera

Viene el último período. Un día la fatiga la astronomía, exprimidora vana de las constelaciones; la biología, rastreadora minuciosa y defraudada de la vida; y aun de la teología, a veces pariente de ella misma! Del racionalismo. Debió sentir, con el desengaño de la ciencia, un deseo violento de dejar desnudos los muros de su celda de la estantería erudita. Quiso arrodillarse en medio de aquélla con el Kempis desolado por único compañero y con la llama del amor por todo conocimiento.

Tiene, entonces, como San Francisco, un deseo febril de humillaciones, y quiere hacer las labores humildes del convento, que tal vez ha rehusado muchos años: lavar los pisos de las celdas y curar la sucia enfermedad con sus manos maravillosas, que tal vez Cristo le mira con desamor. Y quiere más aún: busca el silicio, conoce el frescor de la sangre sobre su cintura martirizada. Ésta es para mí la hora más hermosa de su vida; sin ella yo no la amaría.

La muerte

Coge el contagio repugnante y entra en la zona del dolor. Antes no lo conocía, y así, estaba mutilada su experiencia del mundo. El sabor de la sangre, que es la vida, es el mismo sabor salobre de la lágrima, que es el dolor. Ahora sí la monja sabia ha completado el círculo del conocimiento.

Como si Dios esperase esta hora de perfección, como aguarda en las frutas de la cera dura, la dobla entonces sobre la tierra. No quiso llamarla a Sí en la época de los sonetos ondulantes, cuando su boca estaba llena de las frases perfectas; viene cuando la monja sabia, arrodillada en su lecho, ya tiene solamente un sencillo, un pobre Padre Nuestro entre sus labios de agonizante.

Milagrosa la niña que jugaba en las huertas de Nepantla; casi fabulosa la joven aguda de la corte virreinal; admirable la monja docta, pero grande por sobre todas, la monja que, liberada de la vanidad intelectual, olvida fama y letrillas, y sobre la cara de los pestosos, recoge el soplo de la muerte. Y muere vuelta a su Cristo como a la suma belleza y a la apaciguadora Verdad.

GABRIELA MISTRAL

Se advierte claramente que Gabriela Mistral (chilena, 1889-1957) - Premio Nobel dé Literatura- pinta a Sor Juana como ella la ve: sólo en lo físico y en lo moral. Empero, ya que la obra poética de esta monja ejemplar es vasta y elevada… Muestra evidente de su cualidad poética es este soneto:

Rosa divina que en gentil cultura

Eres, con tu fragante sutileza.

Magisterio purpúreo en la belleza,

Enseñanza nevada en la hermosura.

Amago de la humana arquitectura,

Ejemplo de la vana gentileza,

en cuyo ser unió Naturaleza

la cuna alegre y triste sepultura.

¡Cuán altiva en tu pompa, presumida,

Soberbia, el riesgo de morir desdeñas;

y luego, desmayada y encogida,

de tu caduco ser das mustias señas!

! Con qué con docta muerte y necia vida,

Viviendo engañas y muriendo enseñas!

23 de Abril (1695), aniversario luctuoso de la décima musa


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