Tlaskamati

martes, 25 de mayo de 2010

NO PUEDO CALLARME - Fragmento




… No tenemos otra cosa que ejecuciones, ejecuciones, ejecuciones, un día tras otro, sin cesar!

…Esto es monstruoso: no hay otra palabra; pero lo más monstruoso de todo es que no se hace impulsivamente, bajo el influjo de sentimientos que se imponen a la razón, como ocurre en las peleas, en la guerra, incluso en los asaltos a mano armada, sino que, por el contrario, se hace en nombre de la razón y con arreglo a cálculos que se imponen a los sentimientos…

El propietario de una tiendecita de Moscú cuyos asuntos iban de mal en peor, ofreció un día sus servicios para llevar a cabo los asesinatos dispuestos por el Gobierno, y, como le daban cien rublos por cada ahorcado, pronto pudo enderezar su negocio de tal modo que acabó por no necesitar aquellas entradas suplementarias y volvió a entregarse de lleno y exclusivamente a su profesión primera.

En arel, el mes pasado, como en tantas otras partes, hubo de necesitarse un verdugo, e inmediatamente se encontró a un hombre que convino con los organizadores de los asesinatos oficiales el llevarlos a cabo a razón de cincuenta rublos por cabeza. Ahora bien, este verdugo espontáneo, se enteró, después de hacer el convenio, de que en otras ciudades se pagaba más, y en el momento de llevar a cabo la ejecución, amortajada ya la víctima, en vez de hacerla subir al cadalso, se detuvo y acercándose al Superintendente, le dijo: "Mire, Excelencia, o me dan otros veinticinco rublos, o no lo hago." Huelga decir que obtuvo los veinticinco rublos.

Poco más adelante, hubo que ahorcar -a cinco condenados, y ya se había fijado la fecha de la ejecución, cuando el día antes vino un forastero a ver al organizador de los asesinatos oficiales, aduciendo un asunto de índole personal. El organizador le hizo pasar, y he aquí lo que el forastero le dijo:

-El otro día, Fulano os cobró setenta y cinco rublos por un hombre. Me he enterado de que mañana van a ahorcar a cinco. Pues bien, encomendadme el trabajo, y lo haré a quince rublos por cabeza; y ¡tened la seguridad de que lo haré como es debido!

Ignoro si el ofrecimiento fué aceptado; pero sí sé que fué hecho. Así es como los crímenes cometidos por el Gobierno actúan sobre los peores y menos morales de los miembros de la comunidad, y no cabe duda que estos hechos tremendos tienen también que haber influído en la mayoría de los hombres de moral media. ...

En general, gracias a la actividad del Gobierno, que ha permitido el asesinato como un medio de llegar a sus fines, todos los crímenes: el robo, el asalto a mano armada, la mentira, el tormento y el asesinato, son actualmente considerados por aquellos desventurados, a quienes no ha podido menos de pervertir el ejemplo, como los actos más naturales y corrientes, inherentes por así decirlo a la condición humana.

Decís que ése es el único medio de pacificar al pueblo y de extinguir la revolución; pero nada más evidentemente falso. Es indudable que no podréis pacificar al pueblo mientras no concedáis la demanda de la más elemental justicia que os viene haciendo la población rural entera de Rusia… No podréis pacificar al pueblo atormentándolo y persiguiéndolo, desterrándolo, encarcelándolo, ahorcándolo, a los hombres lo mismo que a las mujeres y los niños…La cosa es tan evidente, que no es posible que todo el mundo no la advierta. La causa de lo que está aconteciendo no es de orden físico, ni estriba en acontecimientos exteriores, sino que depende exclusivamente del estado de ánimo del pueblo, fue ha cambiado, y al que esfuerzo alguno podría ya volver a su anterior condición, del mismo modo que ningún esfuerzo humano podría hacer que el hombre ya formado volviera a ser un niño. Ni la irritación social, ni la tranquilidad, pueden depender de que se ahorque a Pedro…La irritación social o la tranquilidad tienen, forzosamente, que depender, no de Juan o de Pedro solos, sino de cómo la gran mayoría de la nación considere su situación, y de la actitud de esta mayoría con respecto al Gobierno…Así, todo lo que estáis haciendo ahora, Con todos esos registros, espionajes, destierros, encarcelamientos, colonias penitenciarias y ejecuciones, no lleva al pueblo al estado de ánimo que deseáis, sino que, por el contrario, aumenta la irritación y destruye toda posibilidad de paz y de orden.

"Pero ¿qué es lo que se debe hacer? -diréis-, ¿qué es lo que se debe hacer? ¿Cómo poner término a las iniquidades que están ahora ocurriendo?".

La respuesta es muy sencilla: "Dejad de hacer lo que estáis' haciendo" Aun cuando nadie supiera lo que habría que hacer para pacificar "al pueblo"- al pueblo … aun cuando nadie lo supiera, no por eso sería menos evidente que para pacificar al pueblo habría que empezar por dejar de hacer lo que no hace sino fomentar y acrecentar su ira. Sin embargo, lo que se hace es exactamente lo contrario.

Lo que hacéis, por otra parte, no lo hacéis pensando en el pueblo, sino en vosotros mismos, para conservar la posición que ocupáis, una posición que consideráis ventajosa, pero que es, en realidad, tan lastimosa como abominable. No digáis" pues, que lo hacéis por el pueblo. ¡De sobra sabéis que es mentira! Todas las abominaciones que hacéis las hacéis por vosotros mismos, por vuestros propios fines personales, mezquinos, sórdidos, vengativos, ambiciosos, a fin de continuar un poco más de tiempo en la depravación en que vivís y que se os antoja tan deseable.

Mas por mucho que repitáis incansablemente que cuanto hacéis lo hacéis en bien del pueblo, la gente está empezando a comprenderos, y a despreciaros, cada día más abiertamente, considerando vuestras medidas de coerción y de supresión no como

vosotros quisierais -esto es: como el resultado de la actuación de una especie de Ser superior colectivo: el Gobierno-, sino como lo que realmente son, como los actos perversos y personalistas de unos cuantos individuos personalistas y perversos.

Decís que las atrocidades cometidas por los “revolucionarios” son horrendas y no seré yo quien lo niegue. Hasta añadiré que, sobre ser horrendas, son estúpidas, y que -lo misma que las atrocidades vuestras-dan muy lejos del blanco. Pero por horrendos y estúpidos que sean sus actos -todas esas bombas y minas subterráneas, todos esos asesinatos absurdos y esas depredaciones criminales-, todavía no les llegan a la suela del zapato a la monstruosidad y la estupidez de los actos cometidos por vosotros.

… Los revolucionarios no hacen sino laque vosotros hacéis. ¿No practicáis vosotros la mentira, el espionaje, el engaño, la propaganda más mendaz y descarada? Pues lo mismo hacen ellos. Vosotros arrebatáis a la gente su propiedad por toda clase de medios violentos, ernpleándola como se os antoja; y así hacen ellos también. ¿Y por qué, realmente, no iban a hacerlo?..

Un artista conocido mío pensó en pintar un cuadro tomando como tema una ejecución, y se puso a buscar un modelo para el verdugo. Habiendo oído que el oficio de verdugo en Moscú era desempeñado a la sazón por un vigilante, se dirigió a casa de éste. Era por aquel entonces la Pascua de Resurrección. La familia estaba sentada, con su ropa de los días de fiesta, en torno de la mesa, donde aparecía servido el té, pero el padre no estaba allí. Más tarde se enteró mi amigo de que, al ver a un extraño, hubo de esconderse en seguida. Su mujer, que también parecía avergonzada, explicó que su marido no estaba en casa, pero una niñita de pocos años lo hubo de delatar, declarando: "Papá está en el desván". Esta desgraciada criaturita no sabía aún que su padre tenía conciencia de que lo que hacía no estaba bien y que, por tanto, no podía menos de sentir miedo de todo el mundo. El artista explicó a la mujer que deseaba que su marido le sirviera de modelo, por convenir su cara al cuadro que había planeado (y cuyo asunto no dijo, como es lógico). Habiendo entrado en conversación con la mujer, el artista, a fin de atraérsela, le ofreció tomar a un hijo suyo como discípulo, ofrecimiento que no cabe duda hubo de tentarla. Salió, pues, y al cabo de un rato entró el marido, malhumorado, inquieto, receloso y mirando de soslayo. Durante largo tiempo trató de que el artista le dijera la razón de haberle buscado precisamente a él. Cuando el pintor le hubo dicho que lo había visto en la calle, pareciéndole su rostro adecuado al cuadro que tenía en proyecto, el vigilante le preguntó dónde había sido ese encuentro, a qué hora, llevando qué vestido.

Y no quiso aceptar el trato, evidentemente temiendo y sospechando algo malo.

Sí, este verdugo sabe de primera intención que es un verdugo, sabe que hace mal y es, por consiguiente, odiado, y teme a los hombres; y se me ocurre que esta convicción y este temor ante los hombres expía en parte su culpa. Pero ninguno de vosotros -desde el “Secretario del Tribunal al Primer Ministro y al Zar”-, que sois participantes indirectos en las iniquidades cada día cometidas, parece sentir su culpa, ni la vergüenza que vuestra participación en semejantes horrores debería suscitar. Es cierto que, lo mismo que el verdugo mencionado, teméis a los hombres, y cuanto mayor vuestra responsabilidad en los crímenes mayor también vuestro temor: así, el Acusador Público teme más que el Secretario; el Presidente del Tribunal más que el Acusador Público; el Gobernador General más que el Presidente; el Presidente del Consejo de Ministros más todavía, y el Zar más que nadie. Todos tenéis miedo, pero, a diferencia del verdugo, lo tenéis, no porque creáis que estáis haciendo daño, sino porque creéis que los demás están haciendo daño. Así, se me ocurre que por bajo que haya caído aquel desdichado vigilante, aún se halla, desde el punto de vista moral, inconmensurablemente más alto que vosotros, copartícipes y cómplices de estos crímenes monstruosos: vosotros, que condenáis a los demás, en vez de condenaros a vosotros mismos, y que lleváis vuestras cabezas tan altas.

Yo sé que los hombres son, al fin y al cabo, humanos, que todos somos débiles, que todos erramos, y que nadie puede juzgar a nadie. He luchado largo tiempo contra el sentimiento que provocaron y provocan en mí aquellos que se me antojan responsables de dichos crímenes, sentimiento tanto más virulento cuanto más arriba están en la escala social. Pero no puedo, ni quiero, luchar más contra ese sentimiento.

No puedo, y no quiero. En primer lugar, porque es necesario poner en la picota a quienes no alcanzan a ver la pavorosa criminalidad de sus actos, tanto por ellos mismos como por la muchedumbre, que, bajo la influencia de los honores y elogios exteriores concedidos a aquella gente, aprueba sus terribles acciones y hasta trata de emularlas. Y, en segundo lugar, porque (lo confieso francamente) espero que el poner en la picota a aquellos hombres tendrá por resultado la tan ansiada expulsión de este medio en el que vengo viviendo, y en el que no puedo menos de sentirme un copartícipe de todos los crímenes cometidos a mi alrededor...

No es posible continuar viviendo asir! A mí, cuando menos, no me es posible vivir así!

…¿Es posible que, cuando no os sentís embriagados por lo que os circunda, por los halagos y los sofismas usuales, no sintáis, todos y cada uno de vosotros, en el fondo de vuestra conciencia, que todo ello es pura palabrería, inventada tan sólo para que, mientras cometéis toda suerte de horrores, podáis consideraros todavía como unas personas decentes? …

Sois temidos, como un verdugo o un animal salvaje es temido. La gente os halaga, porque en el fondo de su corazón os desprecia y os odia -y ¡cómo os odia!-. Y vosotros lo sabéis, y tenéis miedo de los hombres.

Sí; recapacitad: vosotros todos, cómplices del crimen, desde el más alto al más bajo: considerad lo que sois y lo que hacéis, y cesad de hacer lo que estáis haciendo. ¡Cesad, no por vosotros mismos, no por vuestra propia persona, ni siquiera por los hombres vuestros hermanos, ni para que dejéis de ser juzgados y condenados, sino por amor de vuestra propia alma…

LEÓN TOLSTOY

Iasnaia Poliana, Rusia 1905.

(Traducción de Ricardo Baeza)


TOLSTOY

León Nikolaievich Tolstoy. Pues no se debe olvidar una verdad harto obvia que consiste en que el hombre, si ha de dejar huella al pasar sobre el planeta, ha de ser de un modo previo y sustantivo: Hombre. Lo demás es adjetivo y ya le vendrá por añadídura: ser poeta o zapatero, filósofo o albañil, político o labrador, moralista o empleado postal. Y Tolstoy fué, antes que otra cosa, hombre.

Simbólicamente, Tolstoy significa en lengua rusa, espeso, macizo, grande.

León fué el hijo menor de una familia de nobles. Nació en Iasnaia Poliana, provincia de Tula, en 1828. La infancia de Tolstoy se caracteriza por una constante explosión de sentimientos de lástima y afecto acompañados casi siempre de lágrimas. Por ello sus hermanos solían llamarlo Leva-reva: León llorón.

"Tenía una fealdad simiesca: rostro brutal, largo y pesado, cabello corto y calzándole la frente, ojos pequeños que miraban con dureza hundidos en órbitas sombrías; nariz larga,

labios gruesos y salientes"; por ello, apenas le apuntan barba y bigote, se los deja crecer para que -a manera de máscara cubran sus rasgos fisonómicos; barba y bigote que el tiempo se encargará de platear hasta darle ese aspecto venerable y noble que tuvo el novelista hasta la vejez.

Tolstoy obtuvo la' gloria en la única forma en que es lícito obtenerla: cuando la gloria es compatible con la virtud o cuando. Ésta precede a aquélla.






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