Tlaskamati

martes, 12 de octubre de 2010

Colón y la Reyna...

colón

Desafiando la furia de los vientos y el hambre de los monstruos devoradores de barcos, el almirante Cristóbal Colón se echó a la mar. Él no descubrió América. Un siglo antes habían llegado los polinesios, cinco siglos antes habían llegado los vikingos. Y trescientos siglos antes que todos, habían llegado los más antiguos pobladores de estas tierras, a quienes Colón llamó indios creyendo que había entrado al Oriente por la puerta de atrás.

Como no entendía lo que esos nativos decían, Colón creyó que no sabían hablar; y como andaban desnudos, eran mansos y daban todo a cambio de nada, creyó que no eran gentes de razón. Aunque murió convencido de que sus viajes lo habían llevado al Asia, Colón tuvo sus dudas. Las despejó en el segundo viaje. Cuando sus naves anclaron en una bahía de Cuba, a mediados de junio de 1494, el almirante dictó un acta estableciendo que estaba en China. Dejó constancia de que sus tripulantes lo reconocían así; y a quien dijera lo contrario se le darían cien azotes, se le cobraría una pena de diez mil maravedíes y se le cortaría la lengua. Al pie, firmaron los pocos marineros que sabían firmar.

Caras

Las carabelas habían partido del puerto de Palos, al rumbo de las aves que volaban hacia la nada. Cuatro siglos y medio después del primer viaje, Daniel Vázquez Díaz pintó las paredes del monasterio de la Rábida, pegado al puerto, para rendir homenaje al Descubrimiento de América. Aunque el artista quiso celebrar aquella gesta, involuntariamente reveló que Colón y toda su marinería estaban de muy mal humor. En sus pinturas, nadie sonreía. Esas caras largas, sombrías, no anunciaban nada bueno. Presentían lo peor. Quizás aquellos pobres diablos, arrancados de las prisiones o secuestrados en los muelles, sabían que iban a hacer el trabajo sucio que Europa necesitaba para ser lo que es.

Américo

La Venus de Botticelli se llamaba Simonetta, vivía en Florencia y se casó con un primo de Américo Vespucci. Y Américo, malherido de amores, no ahogó sus penas en lágrimas, sino en aguas de la mar; y navegando llegó a la tierra que ahora lleva su nombre. Bajo estrellas nunca vistas en el cielo, Américo encontró gentes que no tenían rey, ni propiedad, ni ropa, y que más valor daban a las plumas que al oro, y les cambió un cascabel de latón por ciento cincuenta y siete perlas que valían mil ducados. Él se llevó de lo más bien con esos peligrosos inocentes, aunque dormía con un solo ojo por si en la noche se les ocurría darle un garrotazo y asarlo a la parrilla. En América, Américo sintió que perdía la fe. Hasta entonces había creído, al pie de la letra, todo lo que la Biblia decía. Pero viendo lo que vio, ya nunca más creyó en ese cuento del arca de Noé, porque ninguna nave, por inmensa que fuera, podía albergar esos pájaros de mil plumajes y mil cantos y toda esa loca cantidad de prodigiosos bichos, bichitos y bicharracos.

Eduardo Galeano(Espejos)


Otra interesante curiosidad es el encuentro de Isabel la Católica con Cristóbal Colón en Jaén antes de partir por primera vez hacia América. Por los datos que hay se sabe que Cristóbal Colón estuvo en Jaén en la primavera de 1489 donde se reunió con la reina, estando el rey Fernando en campaña en tierras de Granada. De la reunión que ellos mantuvieron en Jaén poco se sabe, aunque se cree que la reina Isabel dijo a Colón que no descartaba su plan de ir hacia las Indias por el Oceáno Atlántico pero que tenían que negociar todas las exigencias políticas y económicas que pedía Cristóbal Colón.

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