Tlaskamati

martes, 9 de noviembre de 2010

San Onésimo...Ceempeda

Onésimo Cepeda, Enrique Peña Nieto, Carlos Slim Domit y Daniel Goñi. (Foto: Luis Ortiz Vargas.)

Onésimo Cepeda no es la excepción, aunque su talante descarado agrega visibilidad a los defectos que comparte con otros miembros de la cúpula eclesial católica. Frívolo, mundano, dado a los lujos y los excesos, el actual obispo de Ecatepec es orgulloso enlace entre los poderes del dinero (él mismo perteneció a la plataforma financiera de la que despegó Carlos Slim), la política (le encanta apadrinar candidatos y participar en reuniones selectas de gobernantes y otros elementos de la farándula partidista) y la religión. Su caso es extremoso, ciertamente, pero no por el fondo de las cosas, sino por las formas: Norberto Rivera y Juan Sandoval, por ejemplo, practican suertes parecidas a las antes mencionadas, pero sin la rotunda impudicia de quien ahora enfrenta una orden de aprehensión por considerarlo presunto responsable de fraude procesal y lavado de dinero en un proceso en que el hombre supuestamente dedicado al servicio de Dios aparece en el escenario como súbito dueño de una colección de obras de arte o como súbito e inexplicado propietario de 130 millones de dólares.

Las andanzas de nota roja del obispo Cepeda son parte de la descomposición que en años recientes se ha ido evidenciando en el ámbito directivo de la franquicia mexicana del también vapuleado negocio vaticano. El mayor escándalo correspondió a quien durante décadas había sido una especie de intocable, el jefe indiscutido de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, idolatrado por segmentos de alto poder económico y notable resonancia política y social que lo convirtieron en modelo de virtudes y ejemplo de logros vivenciales. El poder de los legionarios fue suficiente para mantener impune en vida al citado Maciel, a pesar de las múltiples acusaciones de abusos sexuales que en su momento fueron combatidas cual si fueran heréticas por esos cruzados de las decencias de alcurnia o de chequera reciente. Caída la máscara, confirmadas las denuncias e incluso conocidos peores detalles de la vida de Maciel, esa clase pudiente mexicana se ha tejido un velo de pudor silente, tratando de mantener a flote las antaño orgullosas instituciones educativas que se fundaban en la biografía de quien consideraban cuasi santo, el padre maravilloso e intachable que acabó en la ignominia, mientras sus antiguos adoradores fingen ver para otro lado y se niegan a a la autocrítica profunda.

Abusos de poder parecidos ha practicado Norberto Rivera para eludir la parte de responsabilidad que le toca en el mantenimiento en suelo mexicano y en ejercicio sacerdotal de personajes ampliamente denunciados por abusar de menores de edad. Las acusaciones hechas en México se toparon con la red de complicidad de esos poderes, el dinero, la política y la elite eclesial, e incluso en tiempos del foxismo se usó el aparato gubernamental para amedrentar y retirar del país a extranjeros que en ejercicio de la abogacía promovían el proceso llevado en Estados Unidos contra el cardenal Rivera por proteger de manera destacada a uno de los presbíteros pederastas.

Juan Sandoval, por su parte, ha mezclado el burdo tutelaje de un personaje de mala película mexicana de charros, Emilio González Martínez (formalmente gobernador de Jalisco, aunque en la práctica se desempeñe como acólito del cardenal), con la incursión frecuente en la política nacional mediante declaraciones destempladas y frases burdas, fortalecida esta vertiente en el litigio que ha mantenido con el jefe del gobierno capitalino, Marcelo Ebrard, a quien trata de descarrilar de sus pretensiones presidenciales a causa de las decisiones tomadas en el Distrito Federal respecto al aborto, los matrimonios de personas del mismo sexo y la posibilidad de que adopten.

En varios estados de la República, los jefes católicos asumen su función en términos de convivencia ventajosa con los poderes locales, gestionando donaciones y ayudas con cargo al interés público, otorgando el visto bueno a las políticas oficiales contrarias a las mayorías, convalidando el actuar de funcionarios, formando parte de ese retablo de poder que se regocija en sus propios privilegios y se mantiene distante de su pueblo. Una excepción notable en esas alturas eclesiales es el obispo de Saltillo, Raúl Vera, peregrino que de Chiapas al norte ha sido voz fuerte en defensa de los pobres y en la denuncia de abusos. No en esas cúpulas, pero sí de manera que merece consignarlo, está el trabajo de base de sacerdotes que en lugares como Oaxaca y Chiapas practican conductas distantes de las de sus máximos jefes formales, sin enredarse en herencias apropiadas, en colecciones de arte obtenidas mediante fraude ni en presuntos cheques por millones de dólares....


Julio Hernández López

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