Tlaskamati

viernes, 24 de diciembre de 2010

Celebrar la vida

Se trata de una lucha entre los que piensan que la justicia, entiéndase lo que se entienda por dicha palabra, es más importante que la vida, y aquellos que, como nosotros, pensamos que la vida tiene prioridad sobre muchos otros valores, convicciones o credos.

Contra el fanatismo. Amos Oz

Hoy es Nochebuena y —como sucede cada año— anda la paz en boca de todos. Está de moda desearla a los demás, planteársela como propósito familiar y personal. Nada, sin embargo, más lejos de nosotros que la paz en este país, donde el respeto a la vida, parece haberse perdido y donde anda la muerte armada cobrando víctimas por todos lados.

Siembra el narco la muerte con la droga que distribuye, sobre todo entre los jóvenes y las balas que tan pródiga e indiscriminadamente reparte. La muerte con escándalo, la muerte ejemplar, la muerte como instrumento para que el terror se extienda entre nosotros y puedan ellos hacerse del país.

Siembran la muerte, la desigualdad, la falta de bienestar y oportunidades, la pérdida de la esperanza entre muchos que hoy, sin pensarlo demasiado, extienden la mano, toman el arma e inmersos en una subcultura que exalta a los capos, se deciden a emularlos.

Celebra, o casi, el poder la muerte, urgido de legitimación, sometido a presiones propagandísticas, inmerso ya en la lógica electoral y en la justificación de sus trágicos desaciertos, criminalizando de tajo y con brutal ligereza —“se matan entre ellos” aduce el mismo Felipe Calderón— a las más de 30 mil víctimas que la guerra contra el narco ha producido.

Celebra, o casi, el poder de la muerte, sitiado por su ineficiencia, incapaz de ver soluciones que no sean las que propone, las que a sus intereses conviene. Limitado a responder militarmente a un problema que, sólo por la fuerza de las armas, no habrá de resolverse jamás.

Desayunamos con decapitados, almorzamos con masacres, cenamos con crímenes impunes que aunque se acumulan uno tras otro, se olvidan muy pronto, en lo que sobreviene el próximo escándalo, la próxima tragedia.

Todo se reduce a la estadística, a muertos sin nombre y sin historia. Perdidas ya la capacidad de asombro, de indignación, de organización social frente a la violencia, dejamos que la muerte, porque a ella nos hemos acostumbrado, se cuele, todos los días, en nuestras casas.

Y como cunde el miedo cunde también la intolerancia, y hay cada vez más voces que se alzan pidiendo mano firme, castigo expedito, muerte para los delincuentes.

Transformase así, para muchos, la justicia en venganza y de pedir la muerte del criminal se pasa, porque en la guerra sucia electoral así se opera, a pedir también la muerte de quien se atreve a sostener una posición critica ante la estrategia gubernamental.

Desfondadas, ante los ciudadanos, las instituciones no ofrecen ya alternativas y amenaza la ley de la selva con instalarse entre nosotros.

Como es “entre ellos que se matan” nadie se preocupa por abrir siquiera una averiguación previa.

La “justicia”, como dice el epígrafe de este escrito, entiéndase lo que se entienda por dicha palabra, es ya, entre nosotros, mucho más importante que la vida.

Si una madre, como Marisela Escobedo clama justicia ante el mismo palacio de gobierno, las puertas del palacio se cierran ante ella y un sicario ahí mismo le pega un tiro en la cabeza. Poco habrá de durar el escándalo, piensan y quizás con razón los gobernantes.

Y si migrantes centroamericanos, si el padre Alejandro Solalinde, en la ruta ya del martirio, del mismo martirio de monseñor Romero. Si los gobiernos de Honduras, El Salvador y Guatemala denuncian el secuestro de 50 personas, en este país donde hace muy poco fueron masacrados 72 migrantes, nada se hace para atender esas voces que se alzan.

Los hechos se niegan. El gobierno federal se ofende y luego, final y tardíamente, promete investigar. Botón de muestra de la falta de respeto por la vida fue el trato dado, por ese mismo poder, a los cuerpos de los 72 migrantes asesinados por Los Zetas.

La crisis humanitaria, el “holocausto” que Solalinde trata, según él mismo lo declara, de “visibilizar”, es como la tragedia de tantos otros connacionales, que no son parte de la historia, que no tienen nombre y apellido relevante, totalmente invisible.

No podemos seguir así. Hemos de luchar, en ello nos va la sobrevivencia como nación, nuestra dignidad como ciudadanos, nuestra integridad personal para recuperar y defender, sobre todas las cosas, el valor de la vida.

Ha de ser ésta, y como dice Amos Oz, lo más importante, lo más prioritario; lo que está por encima de ideologías, credos y convicciones. En eso, en la celebración de la vida, es que hay que unirnos.

http://elcancerberodeulises.blogspot.com

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Acentos

Epigmenio Carlos Ibarra

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