Tlaskamati

domingo, 6 de febrero de 2011

Debajo de los pinos...Incendiaron el pueblo



Llegan arrasando con todo. Unos y otros. Primero vinieron por las cosechas, luego por las mujeres jóvenes, algunas todavía niñas; después por los campesinos y sus líderes. Se apoderan de sus tierras, ranchos y casas. Hasta que hay alguien que les planta cara.

Estaban cansados de la extorsión constante. Celebraron la Navidad con una temperatura bajo cero. Era 26 de diciembre y un comando de 10 hombres con ropa militar y encapuchados llegó al poblado Tierras Coloradas en el municipio de El Mezquital a unas doce horas de camino a la ciudad de Durango. No era la primera vez que los hombres del Chapo Guzmán se acercaban para amenazar a sus pobladores.

Esta vez el líder de la comunidad tepehuana, Vicente Cabada Chamorro les hizo frente. No se lo esperaban. Corrieron cuando Vicente les empezó a disparar. Creyeron que se sometería. Lo pagó caro. Murió en el ataque, pero antes alcanzo a matar a uno de ellos.

Los indígenas sabían que los hombres del Cártel de Sinaloa volverían a vengar a su hombre. Se pusieron de acuerdo y alrededor de 50 familias se fueron al monte. La zona boscosa de la Sierra de Durango ha sido su casa por generaciones, así que decidieron irse con lo puesto, dejando a alguno para vigilar sus pertenencias. Hicieron bien. Dos días después la gente del Chapo volvió. Esta vez eran entre 60 y 70 hombres que predieron fuego a 37 casas y 27 vehículos. Arrasaron con todo: clínica, escuela, tienda Conasupo...

Estuvieron vagando por la Sierra, luego acordaron irse rumbo a la capital. Llegaron el 6 de enero y contaron su historia a las autoridades. El gobierno dijo que era un problema entre cárteles rivales, ya que los campesinos habían vendido droga a los Zetas y por eso los del Cártel del Golfo se vengaron.

En esta zona, como en muchas otras de México son los cárteles los que colocan a las autoridades. Los capos ponen y quitan alcaldes, gobernadores, directores de penales, jefes de policía, mandos militares... el dinero de la droga compra voluntades.

La Fiscalía de Durango reconoció finalmente la agresión el 12 de enero y desde entonces prometieron ayudar a los indígenas. Han pasado varias semanas desde entonces y nada se ha hecho. No han cumplido. Los indígenas mexicanos (el 12 por ciento de la población) son invisibles, no están representados en las instituciones y el racismo lo padecen de muchas formas.

Impasibles, indolentes, las autoridades observan como los tepehuanos deambulan en la capital del Estado sin tener a dónde ir. La mayoría no habla español. Otros en cambio, decidieron volver a la Sierra: “Están debajo de los pinos, por ahí en las cuevas, por allá a la intemperie pues”, dice Alejandro Aguilar, quien sustituyó a Vicente.

Lo perdieron todo. Su pueblo se reduce ahora a un montón de escombros y se añade a la larga lista de pueblos fantasmas.

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