Tlaskamati

viernes, 6 de mayo de 2011

La Rebelión de la flota...los desordenes en Rusia

¿Cómo ha sido ello? Inútilmente me hiero la frente con los puños-crispados tratando de reanudar el hilo de los acontecimientos, pues siento que hay aún muchos puntos obscuros en este drama; siento que, á pesar de todo, hay en esta tragedia cosas que no comprendo, que no comprenderé jamás, que nadie comprenderá jamás.

Es preciso, sin embargo, que fije mis ideas; si no escribiera hoy mismo la reseña de lo que he presenciado, mañana, tal vez, no podría referir cosa alguna, y quiero poder hacerlo. . . . Sé me llamará, sin duda, en efecto, como testigo, y deberé hacer juramento de declarar la verdad; á fin de no equivocarme más tarde, voy á escribir la historia de la sangrienta jornada que acaba de pasar. . . .

Cómo principió la inmensa revuelta. La carne podrida.

Esta mañana, al estar reparando mis ropas, vi a Kazlenco dirigirse hacia mí, con aire preocupado.

¿Sabes lo que ocurre? me preguntó.

No. ¿Qué hay?

Sucede que la carne de la sopa está podrida; la he visto cuando se la compraba en la carnicería de Odesa; pululaban los gusanos; se ha querido otra vez hacer economías á costa nuestra; o bien, tal vez, se nos quiere colmar la medida, para ver si les dejamos hacer! ¡Ah! ¡pero esta vez no quedarán las cosas así!

Nada respondí, y quedé reflexivo. ¡La carne llena de gusanos! ¡Sería posible! Se nos habían dado ya víveres descompuestos y pan duro; pero la carne hirviendo de gusanos, aquello no había ocurrido jamás.

Entretanto, acababa de sonar la hora de la comida; cuando estuve en medio de mis camaradas, con mi cuchara y mi carmañola, me apercibí de que reinaba una gran agitación; algunos marineros gritaban:

«¡No comeremos esa podredumbre!» y arrojaban la sopa al suelo.

Entonces otros marineros les imitaron, y luego, arrebatando las carmañolas de nuestras manos, virtieron el contenido sobre el puente, gritando: «¡Es una vergüenza! ¡si nuestro padre el Tsar viera esta sopa, castigaría a los oficiales!»

Después de aquella explosión, reinó un gran silencio; el segundo comandante Galerowski, y un subteniente, acababan de presentarse.

¿Qué ocurre? dijo el segundo comandante, ¿por qué está la sopa en el suelo? —La carne con que se ha hecho esa sopa estaba podrida, dijo Kazlenco.

El segundo comandante no respondió palabra; se dirigió a la cocina, y subió luego a la cámara de los oficiales.

Yo tenía curiosidad de saber lo que iba a decir al comandante; me oculté cerca de la cámara, y de mi puesto de observación, pude ver y oír perfectamente; el segundo se había sentado en su puesto, y no comía.

Pensativo, observaba á sus camaradas risueños, sirviéndose, en copas de cristal, espumoso champagne.

Galerowski, dijo el comandante Golikoff, ¿por qué no come Ud?. . . .

El segundo miró a su jefe en los ojos, y haciendo el saludo militar: —¡Cómo es posible comer y beber, cuando hay en el acorazado ochocientos hombres que no comen!. . . .

Todos los oficiales se habían vuelto hacia Galerowsky, quien estaba pálido y tembloroso; uno de ellos, muy joven por cierto, golpeando la mesa con su copa de champagne, exclamó:

¡Si no comen, que beban! Hay bastante agua para ellos en el Mar Negro.

La copa de cristal se rompió á estas palabras. Galerowsky dijo entonces con dulzura: —Si esto continúa, seremos nosotros tal vez quienes bebamos el agua del Mar Negro.

El Comandante Golikoff, se levantó entonces de la mesa y llamó á Pogoisnetz, sargento mayor.

Toma tu tambor, le dijo, y toca á reunión en el puente.

Pogoisnetz hizo lo que el Comandante ordenaba, y un instante después todos los hombres se hallaban sobre el puente, en filas, ante los oficiales.

Yo me encontraba cerca de Vakulenchouk, quien, muy bajo, me dijo:

«Ya verás como esto va á arder. Pero que no diga una sola palabra de más!»


El Comandante Golikoff levantó la voz: —¿Por qué no tomáis la sopa? preguntó. No obtuvo respuesta alguna. —¡Vamos! ¡Vamos! ¡Contestad! Quiero saber por qué no tomáis vuestra sopa, volvió a decir.

Entonces habló Galerowsky: —No toman la sopa, porque se ha hecho con carne podrida.

Hubo un movimiento de aprobación en las filas. Entonces el Comandante interrogó al Mayor Smirnoff:

Mayor, preguntó, ¿es cierto que esa carne está podrida?

El doctor, saludando, respondió:

Mi Comandante, esa carne está fresca y sana: jamás la he visto mejor.

Galerowsky le interrumpió:

Siento en el alma contradeciros, pero yo mismo he visto esa carne cuando la llevaban á la cocina; pululaban los gusanos.

Puede suceder que la hayáis visto así cuando llegó de Odessa, dijo el doctor; pero después la he hecho salar y lavar con agua de mar; y ha quedado buena, se la puede comer. El Comandante levantó la mano.

Basta con eso, dijo: cuando el Mayor dice que la carne es buena, buena es; los que quieran comer la sopa, pasen a la derecha; los que no la quieran, pasen á la izquierda. . . .

Lentamente, uno por uno, nos dirigimos hacia aquel lado, como a despecho nuestro, avergonzados de someternos, después de lo que había osado decir el Mayor; pero el jefe había ordenado. . . .

¿Y qué harían con los que no pasaran á la derecha? No quedaba más que una treintena de hombres que no se habían movido; tal vez iban á afiliarse en la derecha. ... El Comandante levantó la voz: —Basta, dijo. ¡Guardias, rodead a esos hombres!


En que el autor de estas notas nos hace asistir a una horrible carnicería.


Los marinos fueron a tomar sus fusiles, y volvieron a rodear a nuestros camaradas. Entonces el Comandante hizo extender sobre el puente grandes telas blancas, diciendo en alta voz: —Se va á fusilar a esos marineros; pero no hay para qué ensuciar el puente de sangre.

Efectivamente, se formó a los treinta marineros, y llegó un piquete de carabineros. El Comandante dio la orden de fuego; pero los marineros, descansando sus armas en tierra, exclamaron: «No podemos matar á nuestros compañeros.»

El Comandante, volviéndose hacia Galerowsky, le dijo: «Ved a lo que han dado lugar vuestras palabras; habéis sostenido á esos marineros, y ahora, no obedecen más!. . . . Sois causa de la in subordinación de nuestra marinería!»

Galerowsky, al oír estas palabras, mandó a su vez disparar.

En aquel instante, los cabellos en desorden, lívido, con los ojos fuera de la órbita, Matioutschenco, sargento mayor, subió al entrepuente, con un fusil en la mano, y arrojándose sobre Galerowsky:

¡Ah! ¡Ah! dijo, ¡vais a fusilar a esos hombres! No hay, pues, ya bastantes Cadáveres en los campos de batalla, de Liap- Yang y de Moukden; no hay ya bastantes 'muertos en San Petersburgo y en Varsovia!

¡Todavía queréis asesinar inocentes! Y bien, basta! Queremos acabar con este régimen de atroz barbarie! Viva la Rusia libre! Marineros! Vosotros sois los más numerosos! En lugar de tirar sobre vuestros hermanos, tirad sobre los oficiales! Seréis los amos! Abajo la tiranía! Galerowsky, enloquecido, había escuchado a Matioutscbenco; y le contestó jadeante:

Calla, desgraciado! Calla, o se te fusila en el acto.

. —Eres tú quien va a ser fusilado, gritó Matioutschenco, cargando su fusil. Galerowsky, entonces, tomó su revólver, disparó sobre Matioutschenco y erró; un grito de dolor rasgó los aires; fue Vakulenchouk quien cayó herido.

Loco de dolor, Vakulenchouk se precipitó sobre Galerowsky, hiriéndole en la frente con la culata del fusil; en seguida se arrojó al mar.

Sus camaradas se precipitaron, desde lo alto del puente y le salvaron.

-Durante ese. tiempo, Matioutschenco había gritado á Galerowsky:

  • ¡Asesijio! ¡Asesino! Vakulenchouk era inocente; has tirado sobre él porque es partidario de la revolución; y bien, también yo estoy por la Revolución!

¡Vas á verlo! Ajusfando su fusil, Matioutschenco apuntó á Galerowsky; el tiro salió; el segundo cayó por tierra, arrojando sangre á bocanadas.

Era un hecho:- la señal de la revolución había sido dada. Pogoisnetz ha arrojado su tambor al agua, gritando: ¡Viva la .Revolución!

Matioutschenco fusila al capitán de artillería Nioupakoiof, y al insignia Livintsof. Otro marinero derriba a balazos a varios oficiales, entre ellos el electricista Thone.

  • En un momento el puente del navío se había convertido en campo de una terrible, lucha, cuerpo a cuerpo. La oficialidad se defendía con sus pistolas, atrincherándose tras de todos los montones de jarcias y demás objetos que podían resguardarles Madoutschenco se había dirigido con paso firme y resuelto a la cámara del Comandante Golikoff, quien se había escondido allí, espantado, con el insignia Alexeif.

El Comandante, viejo de barba blanca, se puso de rodillas, temblando, é imploró á Matioutschenco.

¿Qué vas a hacer? ¿Vas a dar muerte a un viejo como yo? No sabes lo que haces, estás loco. . . .Matioutschenco repuso:


Encomienda tu alma a Dios.. . .dentro de un instante habrás muerto. ... . El Comandante se irguió; resuelto y ya tranquilo, se puso luego de rodillas e hizo la señal de la cruz. Era horrible asistir a aquel tribunal cuyo juez iba a ser igualmente ejecutor! El Comandante no había terminado aún de signarse, cuando cayó por tierra con el cráneo destrozado.

Matioutschenco subió al puente, y gritó:

  • El Comandante ha muerto! Ahora nosotros somos los amos! Ante semejante anuncio, que encerraba en sí mismo todo un terrible progama, los marineros, enloquecidos, se interpelan, moviéndose de un costado al otro de la nave: algunos se volaron por sí mismos la tapa de los sesos, otros se arrojaban al mar; los oficiales, aterrorizados, se lanzan también por encima las bordas. . . .

Matioutschenco exclama: "Se dirigen á Odessa á denunciarnos, hay que matarles á todos. . . ." Entonces siguió una escena espantosa, de la que siempre consevaré un horrible recuerdo. .. .Los marineros se lanzaron a los mástiles, y de todas las alturas del navío empezó una atroz cacería sobre los fugitivos, que nadaban desesperados por alejarse del fatídico crucero! El mar empezó a teñirse de-sangre en algunos puntos....


Un cuartel Maestre del Potemkim

Revista Moderna Ed.1906

No hay comentarios: